Pan de Azúcar Los Senderos del Pan Dorado
Cosecha de Dulzura en los Campos Colombianos
Manuel era un adolescente del campo colombiano, de espíritu fuerte y manos curtidas por el trabajo en la tierra. Todos los días, antes de que el sol se alzara sobre las montañas, Manuel y sus hermanos se levantaban para comenzar su jornada. Su pequeña finca, rodeada de verdes colinas y quebradas cristalinas, era su mundo, su hogar y su sustento.
Una de las tradiciones más antiguas de la familia de Manuel era la elaboración de pan de azúcar. Siguiendo los pasos transmitidos de generación en generación, Manuel se levantaba temprano para preparar la dulce delicia. Mezclaba cuidadosamente la caña de azúcar triturada por un molino y la cocía lentamente en grandes fondos sobre el fuego de leña hasta obtener un caramelo dorado y fragante. Luego, vertía la mezcla caliente en vasijas de barro que tenia la forma de un cono, para que se solidificara en bloques de azúcar. Debían esperar varios días para que saliera el pan de azúcar; así lo llamaban
Una vez listos, Manuel y sus pequeños hermanos buscaban un barranco para poder cargar las mulas con los pesados bloques de azúcar. Con paciencia y determinación, recorría los caminos polvorientos que serpentean entre los campos y los pueblos vecinos. El sol brillaba sobre sus sombreros de paja mientras las mulas avanzaban lentamente, transportando la dulce carga que representaba el fruto de su trabajo.
Para el recorrido de varios días Manuel y sus hermanos alistaba ricas viandas, pan, queso todo envuelto en hojas de plátano y guardado en giras hechas con fique; no solo llevaba consigo pan de azúcar, sino también historias y noticias del campo. Se detenía en cada parada, intercambiando su mercancía por alimentos frescos, sal, herramientas o simplemente compartiendo un momento de charla con los lugareños.
Su medio de transporte se convertía en un punto de encuentro donde se tejían lazos de amistad y solidaridad entre los habitantes de la región.
Pero una tarde, mientras regresaba a casa, una fuerte tormenta sorprendió a los pequeños en el camino. El viento azotaba con furia y la lluvia caía torrencialmente, convirtiendo los caminos en ríos de barro. A pesar de las dificultades, se aferraban a las riendas de sus mulas que los guiaban con habilidad pues conocían muy bien el camino a través de la tormenta. Finalmente, exhaustos pero ilesos, llegaron a su hogar, donde fueron recibidos con alivio por sus otros hermanos.
Desde ese día, Manuel y sus hermanos sacaban fuerzas de su interior, la misma fuerza que le permitía enfrentar los desafíos de la vida en el campo y salir adelante pues ya no estaba su padre. Y aunque las tormentas pudieran rugir con furia, ellos seguirían adelante, llevando consigo el dulce sabor del pan de azúcar y la calidez de las relaciones humanas que había cultivado en su viaje.